lunes, 3 de diciembre de 2007

3º sesión, 8 de noviembre de 2007

Texto: CHARLES TILLY (1991), “Equipamiento intelectual”, capítulo 1 de "Grandes Estructuras, Procesos Largos, Comparaciones Enormes", Madrid, Alianza, pp. 15-32 (edición original de 1984, traducción de Ana Balbás)
En base al texto de Charles Tilly la primera parte de la sesión se centró en apuntar las virtudes y límites de la sociología histórica y las aportaciones que esta corriente o subdisciplina puede hacer al resto de la sociología. Entre las virtudes que desde el grupo se le ven a lo que en Gran Bretaña se ha denominado principalmente “historiografía social” y en EE.UU “Sociología Histórica”, destacamos la capacidad de aportar la perspectiva diacrónica al análisis de la realidad social, que permitiría entender los cambios sociales en un continuo, superando los modelos dicotómicos. (Ver glosario para una descripción detallada de lo que es sociología histórica y una discusión entorno a ella).

A raíz del segundo punto de lo que Tilly considera los ocho postulados perniciosos del pensamiento social del siglo XX, el debate giró hacia un ámbito que ya es recurrente entre nosotras, “individuo versus estructura”. Tilly señala: “El comportamiento social es producto de procesos mentales individuales, condicionados por la vida en sociedad. Las explicaciones que se dan del comportamiento social, conciernen, por tanto, al impacto que tiene la sociedad en las mentes individuales”. Entramos entonces en un terreno pantanoso en el que difícilmente conseguimos ponernos de acuerdo. La discusión se desarrollo en varios niveles, que nos parece necesario clarificar para no mezclar conceptos. Comenzamos discutiendo sobre la validez del individualismo metodológico versus holismo. Más tarde, el debate descendió ya hacia la “teoría de la elección racional” como planteamiento teórico y, la metodología experimental, como técnica adscrita a este enfoque teórico.

En cuanto a la oposición individualismo/holismo si bien la opción es metodológica, la diferencia entre considerar el todo como la suma de las partes o, por el contrario pensar que forma algo más, constituye una diferencia de partida no despreciable. Coincidimos, no obstante, en que la conciliación entre la estructura y el individuo es un propósito de toda sociología.

Con respecto al valor de la teoría de la elección racional, por un lado, y de la metodología experimental, por otro, los posicionamientos en el grupo son variados y podríamos ubicarlos como en un continuo. En él, algunas personas se situarían en un extremo pues no les convencen en absoluto, otros les reconocen virtudes pero también límites, aduciendo que puede ser un enfoque útil pero necesita ser complementado, mientras que el resto -las menos- se adhieren a la teoría de la elección racional y defienden la metodología experimental.

Finalmente, como esta discusión nos alejaba bastante de los propósitos de la lectura y en vista que la opción por una u otra postura acaba por reducirse, en palabras de alguno de los presentes a “una cuestión de fe”, decidimos posponerla para alguna sesión con lecturas específicas, en las que la reflexión pudiera ser más fructífera y constructiva.

A modo de ilustración y como pistas para seguir en próximas sesiones, señalar de manera desordenada algunas de las cuestiones que aparecieron durante la discusión: ¿Es la metodología experimental capaz de explicar algún fenómeno social que realmente se produzca en la realidad o más bien elabora modelos semejantes a los de los economistas cuyas variables están tan controladas que no encuentran espacio en la realidad social?, ¿qué definición se propone de estructura?, ¿es ésta algo excesivamente abstracto?, ¿qué son los fenómenos emergentes según la teoría de la elección racional?, ¿en qué medida el método experimental puede generalizar sus conclusiones?, ¿cuántos se realizan con el rigor necesario?, ¿en qué medida sirven para simular situaciones sociales reales cuándo operan en un entorno controlado?, etc.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Sociología histórica

Sociología histórica: La sociología histórica es una etiqueta intelectual de definición difícil e imprecisa. Como suele suceder con todos los movimientos académicos, bajo ella se agrupan a autores muy diferentes procedentes incluso de diversas disciplinas, perspectivas epistemológicas y metodológicas muy distintas y en ocasiones hasta opuestas. Como también suele suceder en estos casos, algunos autores no se muestran de acuerdo en ser incluidos en este rótulo, otros lo aceptan e incluso lo abanderan, mientras que un tercer grupo podría encontrarse perfectamente incluido en el mismo pero no suelen ser nunca nombrados como parte del movimiento, caso de Richard Sennett. Finalmente, tampoco está muy claro si se trata de una "disciplina", un "movimiento", una "corriente", una "sensibilidad", etc.

La llamada sociología histórica es, en realidad, parte de un proyecto más amplio de confluencia de las diferentes ciencias sociales. Parte de una doble necesidad. Por un lado, la incapacidad de las ciencias sociales, y en especial de la sociología (por cuanto es la que más empeño ha puesto en intentarlo), de explicar satisfactoriamente el cambio y los procesos sociales. Por otra, la dificultad de los historiadores de entender los procesos históricos sin recurrir a conceptos procedentes de las restantes ciencias sociales. En este sentido, se trata de un acercamiento entre las aportaciones de diferentes disciplinas que se ha realizado desde diferentes contextos académicos y geográficos. Tres principalmente.

La primera, es la sociología histórica propiamente dicha, que procede fundamentalmente del campo de la sociología y es principalmente estadounidense. Habitualmente se entiende que el movimiento surgió de dos obras. Por una parte, el sociólogo israelí Samuel Eisenstadt y su magna "Los Sistemas Políticos de los Imperios" en la que a partir de un esquema estructural-funcionalista comparaba y analizaba el auge y caída de diferentes imperios. Por otro lado tenemos "Los Orígenes Sociales de la Dictadura y la Democracia" de Barrington Moore, en la que comparaba tres grandes revoluciones, argumentando que el papel del campesinado había resultado fundamental en el que las grandes revoluciones diesen lugar a sistemas democráticos o totalitarios.

A partir de estas dos obras fundacionales se produjo un importante movimiento que ha sido muy fecundo, en especial entre los años 70 y los 90. Entre los sociólogos históricos más destacados podemos citar a Charles Tilly, preocupado fundamentalmente de la formación del estado moderno y de las formas de acción colectiva y conflicto político (entre sus obras más célebres se encuentran "Coerción, Capital y los Estados Europeos 990-1992 AD", "Las Revoluciones Europeas 1492-1992", "From Movilization to Revolution" y "Grandes Estructuras, Procesos Largos, Comparaciones Enormes" en el que expone su proyecto intelectual); Theda Skocpol, alumna de Moore y a la que se suele considerar la portavoz del movimiento (su obra más destacada es "Los Estados y las Revoluciones Sociales"); Michael Mann, que desde una perspectiva weberiana realiza un amplio muestreo de situaciones históricas en busca de una definición satisfactoria de poder en su monumental "Las Fuentes del Poder Social"; e Immanuel Wallerstein, conocido por su teoría de los Sistemas-Mundo que elaboró sobre todo en los tres volúmenes de "El Moderno Sistema-Mundo". Como resumen amplio de lo que es y pretende la sociología histórica se suelen citar las obras de Phillip Abrams "Historical Sociology" y de Dennis Smith "The Rise of Historical Sociology".

El segundo gran contexto intelectual de acercamiento entre la historia y las ciencias sociales es el de la historia marxista británica, agrupada sobre todo en torno a la revista Past and Present. La cabeza visible de este movimiento es Eric Hobsbawn, probablemente el historiador más influyente del mundo, conocido por sus monografías sobre la clase obrera, las distintas formas de rebelión primitiva, los orígenes de la revolución industrial o las llamadas "Eras" que en cuatro volúmenes sintetizaba la historia de los siglos XIX y XX. Otros miembros de esta corriente son E.P. Thompson ("La Formación de la Clase Obrera en Inglaterra"), Perry Anderson ("El Estado Absolutista", "Transiciones desde el Feudalismo al Capitalismo"), Benedict Anderson ("Comunidades Imaginadas") o Christopher Hill.

El tercer contexto, al que sin embargo no suele citarse, nos remite a Francia. Allí se han producido dos grandes influencias del pensamiento histórico. Por un lado la denominada Escuela de los Annales (Lucien Fevbre, Fernand Braudel, Maurice Bloch, etc.), que en torno a la revista Annales Historie, Sciencies Sociales -probablemente la revista de historia más importante del mundo- refundieron el proyecto de la historia, oponiendo al positivismo alemán y a la historia política de los grandes hombres y los grandes acontecimientos la historia de los grandes ciclos económicos y sociales y la de la vida cotidiana de las sociedades. La otra gran influencia es la de Foucault y sus metodologías genealógica y arqueológica, en la que se rastrean las alianzas entre el saber y el poder en la configuración del presente. Fue Jacques Le Goff el primero en tratar de sintetizar ambas influencias, aunque sin duda quien más éxito ha mostrado en este proyecto ha sido Robert Castel, cuya monumental monografía "La Metamorfosis de la Cuestión Social" está unánimemente considerada uno de los últimos grandes clásicos de las ciencias sociales. No obstante, ambas corrientes disfrutan de gran influencia en Francia, y su influencia puede escudriñarse en otros títulos importantes aparecidos en los últimos años, como "El Nuevo Espíritu del Capitalismo" de Luc Boltanski y Eve Chiapello.

Estos tres proyectos intelectuales tienen en común una misma ambición: la confluencia de las ciencias sociales a partir de la atención a los grandes procesos históricos. Desde la sociología, se parte de la insuficiencia de los modelos teóricos que la disciplina habría elaborado para explicar el cambio social desde el siglo XIX. El acercamiento a los cambios sociales se ha dado bien desde modelos dicotómicos (del tipo lo que hay ahora-lo que había antes, por ejemplo solidaridad mecánica-solidaridad orgánica, comunidad-asociación, sociedades militares-sociedades industriales, sociedad industrial-sociedad postinduistrial, etc.) bien desde modelos de desarrollo lineal de la historia (la idea de progreso continuo pasando necesariamente por una serie de estadios cada uno superior al que le antecede, como los de Comte, Marx o Rostow), que han fallado claramente a la hora de explicar el cambio social. Los primeros además se acercan a la sociedad de un modo estático, conciben grandes modelos sociales contrapuestos, pero no el cómo se ha pasado de unos a otros, ni sus posibles interrelaciones o permanencias, algo que muchos teóricos actuales siguen haciendo al hablar del paso de la "modernidad industrial" a la "modernidad postindustrial" (o postmoderna, de consumo, etc.).

No en vano en ocasiones se ha considerado a la sociología histórica como heredera de Weber, frente al estructuralismo más estático que vendría de Durkheim. Esta afirmación es discutible, pero sí llama nuestra atención sobre la importancia que sociólogos clásicos como Tocqueville, Weber, Marx, Simmel, Elías o Foucault concedieron a la historia como forma de comprensión de la sociedad presente. Con mayor o menor fortuna, también dependiente de la calidad de los datos de los que disponían, todos ellos se esforzaron por recurrir al pasado como estrategia de investigación, entendiendo así que los fenómenos sociales no son tanto "hechos" como "procesos". En ese sentido, la sociología histórica es un retorno a, y profundización de esta estrategia.

Así, la sociología histórica, al contrario que las estrategias de modelos dicotómicos o de desarrollo lineal, ha preferido recurrir de forma profunda y sistemática a la historia para explicar los grandes procesos sociales. A tal fin, la sociología histórica ha puesto en juego tres estrategias de investigación. Una el análisis, por el cual se comienza con la elaboración de un modelo teórico que posteriormente se pondrá en juego a partir del material empírico (Eisenstadt, Wallerstein). Otra la narración, es decir, la exposición argumentada y concatenada de un determinado periodo histórico a partir del que deducir implicaciones teóricas (Mann, Wolf). Finalmente está la comparación de grandes procesos o acontecimientos históricos, de los cuales inducir, a partir de sus similitudes y diferencias, modelos explicativos (Moore, Tilly, Skocpol). En realidad, las tres están presentes en toda obra de sociología histórica, pero unos autores dan más peso a unas estrategias y otros a otras.

Precisamente a la sociología histórica se le ha criticado el no saber ensamblar correctamente estas tres estrategias en una metodología diferente y superadora, ya que por sí solas son insuficientes. Por ejemplo, la comparación corre el riesgo de recaer en un acercamiento estático a los fenómenos si no se acompaña de narración, y de comparar fenómenos diferentes si no se justifica adecuadamente la selección de los casos a comparar. La narración puede caer en un relato trivial sin teoría, y de no poder generalizarse sin una adecuada comparación con otros procesos similares. La teoría corre el riesgo de sobreinterpretar los datos de las narraciones y comparaciones, o de seleccionar solo aquellos que sirvan para confirmarla. En suma, los tres elementos se necesitan unos a otros, pero a la vez articularlos resulta muy complejo. Esta es la paradoja constitutiva de la sociología histórica, pero también actúa como estimulante de su producción, como ha señalado Ramón Ramos.

Otras críticas que se han realizado a la sociología histórica atañen a su determinismo estructuralista, es decir, a olvidar la agencia humana en favor de grandes explicaciones estructurales, o en términos históricos poner la history (gran historia) por encima de las stories (vivencias de los agentes particulares). Esto es cierto según que autores, pero no invalida el proyecto en su conjunto. También se ha criticado a la sociología histórica el carecer de datos empíricos suficientes como para contrastar generalizaciones tan amplias y ambiciosas como las que a menudo se pretenden. Esto ha sido respondido por parte de los autores afines al movimiento, escudándose en que, como toda investigación científica, se emplean los mejores datos disponibles para la máxima explicación viable. Además, las fuentes de datos históricos han venido ampliándose paulatinamente con el descubrimiento de yacimientos a los que anteriormente no se tenía acceso (caso de los archivos de países que pasan de regímenes autoritarios a otros más democráticos) o en los que anteriormente no se había reparado (como los registros de nacimientos y defunciones de las parroquias para la demografía histórica).

Independientemente de las críticas que se puedan verter contra la sociología histórica, y de si éstas son legítimas o no, su legado es indiscutible. Muy pocas estrategias de investigación han resultado tan fructíferas en las últimas décadas, y su aportación a la comprensión de procesos como la revolución y el conflicto político, la acción colectiva y los movimientos sociales, la formación del Estado-Nación y de las clases sociales, la transición del feudalismo al capitalismo, las formas de protección social, etc. ha sido inmensa. No parece posible hoy hablar de procesos sociales sin recurrir a esta particular forma de hacer ciencias sociales.

En lo que se refiere a nuestro trabajo cotidiano, podemos aprender de la sociología histórica la importancia de la dimensión diacrónica de los objetos de estudio, es decir, la necesidad de acercarnos a lo social no como un objeto estático, sino como un fenómeno en proceso, con una trayectoria anterior que le ha conducido a su configuración presente. Esto es importante tenerlo en cuenta no sólo en el análisis o interpretación de los datos, sino en las fases previas como el diseño del estudio o la selección de herramientas metodológicas.

lunes, 5 de noviembre de 2007

2ª sesión, 23 de Octubre de 2007

Texto: RAYMOND BOUDON (2004): “La sociología que realmente importa” Papers, 74, pp. 215-226 (Trad. José A. Noguera)

El debate se orientó inicialmente a dilucidar si se consideraban válidos los cuatro tipos ideales de sociología (cognitiva, expresiva, crítica, de consultoría) que plantea Boudon. En principio, hay acuerdo en que son características reconocibles en el trabajo sociológico, pero de entrada no se considera acertada la adscripción que hace de los distintos autores a los distintos tipos de sociología. En particular, molestó bastante la exclusión de Marx (¿demasiado crítico para ser cognitivo?) o la consideración de Goffman como un sociólogo expresivo por el mero hecho de haber “vendido muchos libros” y tener “cualidades literarias” (¿Cuántos ejemplares puede haber vendido La ética protestante…? ¿Un texto debe ser incomprensible para que sea sociológico?). Volveremos sobre esto más adelante.

Otra objeción importante es la poca profundidad con que trata lo que denomina sociología crítica. En particular, resulta poco claro qué la diferencia de la sociología de consultoría.

Para Boudon, la sociología de consultoría (aunque preferimos la versión inglesa de sociología cameralística) es una sociología descriptiva que responde a las demandas de información sobre la sociedad y lo social que tienen los diseñadores de políticas y otros actores (Boudon cita a partidos políticos, movimientos sociales, grupos de presión pero se olvida de las empresas, que también manejan información sociológica en grandes cantidades).

Sin embargo, con no poca frecuencia, “lo que el sociólogo pretende a través de su descripción es ser de utilidad a una causa política, ideológica o social” (p. 223). Este parece ser el criterio para identificar a la sociología crítica (o militante): el objetivo de influenciar los procesos políticos.

Cuando menos, parece que esta distinción no tiene que ver con cómo está hecha la sociología sino con para quién está hecha. Así las cosas, un mismo estudio sobre la actitud de la población hacia un proyecto urbanístico sería de consultoría si lo paga la empresa constructora o el ayuntamiento implicado, mientras que si lo encarga un grupo ecologista o un partido de la oposición sería sociología crítica. Es una distinción basada en quién paga la investigación sociológica, no sobre sus cualidades científicas o su contribución a la acumulatividad del conocimiento sociológico. Para este viaje no hacían falta alforjas.

Pero aplicando este tratamiento a sus paladines de la sociología cognitiva, vemos que tanto Tocqueville como Weber y Durkheim tenían claros intereses ideológicos que impregnaron su obra. Todos ellos analizaron el cambio social que dio lugar a las sociedades industriales desde una perspectiva conservadora (Tocqueville era un aristócrata molesto con la enfermedad democrática, Weber era un nacionalista alemán antimarxista que iniciaba una carrera política de altura en la Alemania de Weimar cuando murió, Durkheim era manifiestamente conservador).

Por tanto, debemos asumir que los tipos de sociología que plantea Boudon son tipos ideales, que resaltan rasgos determinados de la sociología pero que no se encuentran de forma aislada en ningún sociólogo concreto. Partiendo de esta idea, podemos concluir que la preocupación de Boudon residiría en que en la sociología actual, los componentes no cognitivos tienen mayor peso que los componentes cognitivos.

Esto nos lleva a plantear el otro gran eje sobre el que giró el debate: ¿es aceptable la noción de sociología cognitiva de Boudon como la única sociología científica que produce conocimiento acumulativo? Hay aquí dos cuestiones: por una parte, qué entiende Boudon por teoría científica; por otra, qué componentes reclama Boudon para que una teoría sociológica se considere científica.

En la reunión alcanzamos un razonable grado de acuerdo respecto a los criterios que propone para caracterizar una teoría científica (“aquélla que explica un fenómeno dado entendiéndolo como la consecuencia de una serie de proposiciones compatibles entre sí y aceptables cada una de ellas, ya sea porque son congruentes con la observación o por otras muchos tipos de razones”). He puesto en cursiva lo que considero que son los elementos clave de la definición: el carácter explicativo, la coherencia lógica y la conexión empírica con la realidad. Esta definición está a mitad de camino entre la noción del positivismo duro (sólo es científico aquello que es matematizable) y la visión posmoderna (las teorías científicas son tan válidas como los mitos, son aquello que los científicos adoptan como verdadero). Se dieron ciertas escaramuzas sobre el tema de la cientificidad y las nociones de ciencia (¿es Latour (y el ‘programa fuerte’) posmoderno? ¿es válida la noción mertoniana del escepticismo organizado?) aunque quizás sería mejor tratar este tema más adelante, con textos específicos que sitúen a todos los asistentes.

Hubo mucha más miga sobre la segunda cuestión, la receta de Boudon para una sociología cognitiva.

  • Su primera condición es que debe explicar procesos enigmáticos. Esto se consideró una obviedad, más justificada por su intención de criticar a Goffman, al que considera que no había descubierto nada nuevo (No es esta la opinión de los integrantes de GSB que han trabajado a este autor). Se planteó que la duda y la sospecha (en el sentido nietzchiano) son componentes fundamentales del trabajo sociológico, que precisamente trata de poner en suspenso las psicologías y sociologías del sentido común (o cotidianas) objetivándolas y sometiéndolas a un examen riguroso y objetivo. En este mismo sentido, se señaló muy acertadamente que hasta en los trabajos sociológicos de consultoría hay análisis de procesos enigmáticos, ya que si el cliente pide estudiar algo es precisamente porque le resulta enigmático o desconocido.
  • Su segunda condición remite a la necesidad de hallar las causas de los fenómenos para dar correcta explicación de ellos. Ya debatimos esto en la primera sesión, precisamente cuando surgió el tema de la sociología descriptiva. En general se registra acuerdo en que es la preocupación por indagar en las causas lo que distingue a la sociología ‘científica’ de la sociología descriptiva, o de consultoría, a la que yo también propongo denominar ‘tecnología sociológica’ para la ingeniería social.
  • La tercera condición fue la que más discusión levantó. A su juicio, “las causas de los fenómenos sociales se hallan en el nivel de los individuos, sus actitudes, decisiones, elecciones o creencias”. Reproduce a grandes rasgos la noción del individualismo metodológico weberiano. Hay varios niveles sobre los que podemos analizar este concepto.

Uno de ellos es epistemológico (relativo a cómo se conoce), refiriéndose a la necesidad de descomponer un todo en sus partes para analizarlo correctamente. Es lo que, por ejemplo, hace la estadística al estudiar una población: analiza determinadas características de una muestra de individuos y construye las características de la población a partir de su agregación. Aunque en el caso de Boudon es algo más radical: las únicas causas eficientes en los hechos sociales son los individuos y sus elecciones y creencias. Aquí habría una oposición entre holismo e individualismo.

El otro es más ontológico (relativo a lo que existe) y se refiere a que las “cosas sociales” solo existen en los individuos. No es posible encontrar “sociedad” en ninguna parte (ni embotellarla para su consumo en pequeñas dosis) salvo en los individuos, en sus artefactos y en lo que dicen. Esta premisa ontológica nos permite distinguir el idealismo (las ideas tienen autonomía respecto a los hombres) del materialismo (solo existen las cosas materiales).

Aquí entramos en una confusa discusión sobre el estructuralismo, qué es y a quién se le puede encasillar como tal. Parece claro que la peor especie de estructuralismo y la que parecía desencadenar sus connotaciones negativas era el estructural-funcionalismo de Parsons y demás sociología americana de los 50. Sin embargo, el estructuralismo también es achacable a Althusser y a sus seguidores franceses posestructuralistas, léase Foucault, Deleuze, etc. Al glosario y posteriores debates nos remitimos.

De algún modo confuso enlazamos esto con la crítica a las teorías de la elección racional (TER). Quizás por irnos al otro polo y pasar de meternos con el estructuralismo a meternos con el individualismo. Ciertamente es un claro ejemplo de individualismo metodológico, aunque no puede decirse que sea el más brillante. Aquí partimos de individuos que presuponemos que actúan como individuos racionales (maximizan sus utilidades) y estudiamos bajo qué condiciones se producen resultados sorprendentes o desviados del modelo de racionalidad.

Antes que entrar a rebatir el contenido de estas teorías, nos planteamos las razones que han llevado a la importancia actual de la TER. Se señaló muy agudamente que era la opción que habían adoptado algunos sociólogos para buscar legitimidad y respeto en el campo cultural de los economistas. Más aún, se llegó a cuestionar hasta qué punto es sociológica la TER: ¿se usa o se puede usar para fenómenos sociales concretos? El problema de la abstracción de estos experimentos también se produce en las ecuaciones econométricas y sus tautológicas fórmulas para analizar la realidad. Contra este pensamiento económico vacío, producto de la creciente hegemonía del “pensamiento único” en el paradigma de las ciencias sociales, algún asistente señaló el neoinstitucionalismo como señal de que aún existe vida inteligente en el campo de los economistas. Habrá que verlo.

Como conclusiones finales sobre el texto, asumimos su noción de la sociología expresiva como aquella más dedicada a la divulgación (aunque aquí hayan más literatos que sociólogos). No estamos de acuerdo en que la sociología cognitiva sea únicamente individualismo metodológico. Creemos que es preciso aclarar más y mejor la noción de sociología crítica.

PRG

Mediación

Mediación: concepto procedente del pensamiento dialéctico, pero de larga tradición en las ciencias sociales. Fue acuñado por el filósofo Friedrich Hegel a mediados del siglo XIX, e introducido en las ciencias sociales por Georg Simmel en La filosofía del dinero. Posteriormente fue desarrollado por autores marxistas como Lukács, Gramsci, Sartre y los miembros de La Escuela de Frankfurt, especialmente Adorno.

La dialéctica es un modo de pensar que concibe el mundo no en términos acabados, sustanciales o absolutos, sino en proceso, en relación y en conflicto. Para un dialéctico, las cosas no existen por sí mismas, sino en su relación al resto del mundo, y en especial a aquellas que se le oponen. Un ejemplo es el concepto de lucha de clases: los patrones no existen sin trabajadores y viceversa. Los amos no existirían sin esclavos, ni los esclavos sin amos. No se puede entender a unos u otros por separado, sino en su relación mutua, en la que ambos se definen, construyen e influyen recíprocamente. Esto supone entender la realidad en términos de conflicto, en la medida en que las relaciones entre opuestos generan contradicciones que terminan por romper la relación y reconfigurarla de un modo nuevo. Por esta razón, los dialécticos tienden a ver el mundo en un estado de continua transformación.

La mediación (vemittlung) constituye un elemento que se interpone en las relaciones de opuestos para evitar que sus contradicciones estallen. Por ejemplo, en dos campos que resultan excluyentes entre sí como el del arte y el del capital, existe un elemento de mediación que es la industria cultural, presente en ambos. En un sentido más amplio, podemos considerar que todo objeto de estudio se encuentra atravesado por mediaciones que articulan los procesos contradictorios en su seno y nos permiten entenderlo en su globalidad. Esto puede resumirse en la conocida frase de Hegel: "lo concreto es complejo, porque es lo multideterminado". Es decir, que para comprender un fenómeno social en su totalidad hay que estudiar todas las dimensiones que lo componen y las relaciones que éstas guardan entre sí.

Embeddedness

Embeddedness: Concepto de muy difícil traducción castellana, y que vendría a significar "enraizamiento" o "integración profunda". Fue acuñado por Karl Polanyi en su clásico La Gran Transformación, en el que criticaba la visión reduccionista de las relaciones entre economía y sociedad que a su juicio realizaban los economistas. Polanyi estudió la transición del modo de producción feudal al capitalista en Europa, y mostraba los conflictos y resistencias que se habían producido por parte de amplios sectores de la sociedad en su rechazo a la instauración de la economía capitalista. Para Polanyi los economistas fallaban al considerar que la economía se rige por leyes universales y separadas del resto de aspectos de lo social, en especial de la cultura y la política. En su lugar, proponía considerar que la economía se encontraba enraizada (embeddedness) en un contexto social por el que las personas reinterpretaban y se apropiaban de los modos de producción según su cultura, su historia y sus relaciones de poder. Sólo así se podía comprender la economía en su desarrollo real, las divergencias entre la economía de unos contextos y otros, etc. Se trata, en resumen, de comprender la economía en su contexto social, y por esta razón se encuentra muy relacionado con el de usos sociales.

En los últimos tiempos el concepto de embeddedness está ganando mucho peso en las ciencias sociales. En los estudios sobre desarrollo, por ejemplo, se ha considerado que tiene un peso fundamental a la hora de explicar por qué los programas de desarrollo tienen éxito en algunos lugares y en otros no. Si consideramos que la economía se encuentra embeddedness en su contexto social, es fácil explicar que en algunos los programas encajen en la cultura y el modo de vida locales, mientras que en otros tiendan a generar rechazo por ir en contra de los mismos. Los estudios de sociólogos rurales bajo la perspectiva del capital social, como los de Eduardo Moyano, son un ejemplo de esta tendencia.

Igualmente, Saskia Sassen propuso en un artículo reciente estudiar las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (Internet, teléfonos móviles, etc.) empleando la idea de embeddedness. Sassen criticaba el que desde la aparición de las tecnologías de la información se hubiera discutido mucho de sus posibles efectos (positivos o negativos) de las mismas sobre la sociedad, pero que no se había profundizado en la dirección opuesta. De ahí la perplejidad que está produciendo en diversos autores el que, a pesar de que su uso en las sociedades contemporáneas se ha normalizado, las nuevas tecnologías estén muy lejos de producir los profundos cambios sociales que se anunciaban unos años atrás. Para Sassen el problema estriba en haber estudiado la tecnología como una variable independiente, dada por sí misma, sin considerar que ésta es recibida por una determinada sociedad con valores, normas, instituciones y rituales establecidos de antemano. En lugar de considerar, como en buena medida se habría tendido hasta el momento, que la tecnología tiende a transformar decisivamente -e incluso destruir- las estructuras sociales, cabría interrogarnos por cómo los diferentes agentes sociales recogen (o rechazan) las innovaciones tecnológicas, las interpretan y reconfiguran, adaptándolas a sus modos de vida previos. La tecnología no impacta en el vacío, sino que se encuentra embeddedness en lo social.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Campo (Bourdieu)

Campo: Metáfora que el sociólogo francés Pierre Bourdieu emplea como unidad de análisis. Un campo es un espacio social (que no tiene por qué corresponderse con un espacio físico), es decir una estructura de relaciones entre agentes sociales definidos por la ocupación de posiciones diferentes que además se encuentran jerarquizadas entre sí, es decir que definen relaciones de poder.

Un campo es un espacio social además por definir una separación nítida entre los miembros del campo y los que no pertenecen al mismo. El campo tiene unos límites y unas condiciones de entrada que lo hacen único e irreducible a cualquier otro campo. Cada campo tiene su propia lógica, sus propias reglas y sus propias instituciones que lo regulan. Todo aquel que participe en el campo debe aceptarlas, al menos de entrada. Por ejemplo, nosotros, que aspiramos a pertenecer al campo de la sociología, entramos a jugar el juego académico: publicar artículos, escribir de cierta manera, formarnos tanto como podamos, establecer relaciones con profesores, etc. Una vez que hayamos consolidado nuestra posición en el campo podemos tratar de cambiar las reglas, pero de entrada hemos de aceptar la lógica establecida.

Otra propiedad de los campos es que separan lo sagrado de lo profano. Esto es visible sobre todo en el campo religioso, donde los miembros del campo (sacerdotes) poseen la verdad revelada, que los creyentes (consumidores de la religión, por así decirlo) han de aceptar sin cuestionarla, puesto que no pertenecen al campo. Sin embargo, es visible en todo campo: entre artistas y no artistas, expertos y no expertos, médicos y pacientes, gobernantes y gobernados, etc. Cuando alguien ajeno al campo trata de intervenir sobre él, los miembros del campo dejan de lado sus diferencias para movilizarse en conjunto en defensa de la autonomía de su campo. Esto podemos verlo por ejemplo en el conflicto que vivimos actualmente entre la Iglesia y el Estado a propósito de la asignatura Educación para la Ciudadanía. El campo de la Iglesia se rebela ante la posibilidad que otro campo (el Estado) se inmiscuya en lo que considera monopolio suyo: la definición de la moral. De aceptarlo, la Iglesia se estaría debilitando a sí misma como campo. Otros ejemplos: la forma en la que los médicos tratan de ilegalizar o simplemente desacreditar cualquier terapia alternativa a la suya (homeopatía, naturopatía, etc.); la resistencia de los artistas a que se les encasille en etiquetas definidas por críticos (defienden la capacidad del campo del arte para calificar su propia producción por encima de las pretensiones de otro campo como es el de los críticos); o más cotidianamente cada vez que alguien nos niega la posibilidad de opinar sobre algún asunto porque "no lo has vivido" o "no has estado allí" (es decir, no perteneces al campo, no sabes de lo que estás hablando).

El principio que constituye un campo es la existencia de un objeto que los participantes reconocen como valioso, esto es, lo suficientemente valioso como para luchar por él. A este objeto lo conocemos como capital y es diferente para cada campo. Por ejemplo, en el campo del arte el capital es la capacidad de definir lo que es bello y lo que no lo es. En el campo de la sociología se juega la posición dominante en la definición de la realidad social (que teorías y metodologías serán las que se consideran apropiadas para estudiar la sociedad). En el campo de una familia se juega saber quien manda en la familia, y en consecuencia quien tiene la última palabra en cuanto a la educación que se dará a los hijos, si se compra una casa o no, etc. Bourdieu resumía esta idea en una fórmula: "un campo está constituido por un capital distribuido desigualmente, lo que genera posiciones diferentes, a los que corresponden intereses diferentes, por los cuales se lucha".

La posesión diferencial de capital entre los miembros del campo es lo que define sus posiciones diferentes en el campo. Las personas con más capital ocupan posiciones superiores, dominantes. Las personas con menos capital ocupan posiciones inferiores, dominadas, y por tanto tienen menos capacidad de influencia sobre el campo. Por ejemplo, en el campo del IESA un becario tiene mucha menos capacidad de influencia que un técnico de larga experiencia, y éste a su vez menos que un científico titular. Sin embargo, todos los miembros del campo ponen en juego sus recursos (en sentido amplio: económicos, conocimientos, amistades, etc.) para ascender en él, construyendo estrategias que, sin abandonar el campo, nos hagan ganar poder dentro del campo. Entre estas estrategias está la adaptación, es decir, la aceptación sin más de la realidad del campo para ascender en él, como suele suceder en el mundo de la empresa (se aceptan las reglas y se asciende en el campo simplemente haciendo lo que desean los superiores del campo); la resistencia, por la que se construyen definiciones diferentes del campo y se trata de imponerlas a los dominantes, como en la política (los obreros construyen su propia visión del mundo en el socialismo, enfrentada a la de las clases dominantes, y tratan de imponerla con huelgas, manifestaciones, etc.); o la alianza con otros campos, por la que se introducen en el campo innovaciones producidas en otros, como por ejemplo cuando un artista se enfrenta a las posturas dominantes de su campo aliado con la industria cultural o cuando un intelectual trata de influir sobre el campo académico menos por sus propios méritos que por su presencia mediática en la televisión o la prensa escrita. También existe la posibilidad de abandonar el campo si no conseguimos prosperar en él: volviendo al ejemplo del IESA, podemos decidir marcharnos y conseguir otro trabajo si no estamos satisfechos con nuestra trayectoria laboral y no percibimos que seamos capaces de cambiar nuestra situación por nuestros propios medios.

Con la introducción del concepto de campo, Bourdieu quería resituar las relaciones sociales en su propio contexto que les da sentido, y que es diferente al resto de campos. En lugar de reducir la acción social a estructuras y reglas generales o universales para toda situación, trata de explicarla en un contexto más reducido y concreto. Cada campo impone a sus miembros una particular cultura, es decir una forma de ver el mundo, que está influenciada por su lógica interna y su historia. Por eso un matemático piensa diferente de un sociólogo y ambos a su vez tienen una forma de comprender el mundo muy distinta al de un ama de casa. En este sentido, hay que decir que el campo es siempre construido. Toda realidad social es susceptible de ser entendida como un campo, desde una familia al capitalismo internacional. Siempre que se establezca una relación entre personas, que tienda a construir una cultura y unas reglas propias que no son compartidas por otras ajenas a esa relación, estaremos ante un campo. Un grupo de amigos que construyen poco a poco una jerga, unas reglas de comportamiento (entre nosotros no podemos quitarnos las parejas, por ejemplo) y una cierta rutina institucional (siempre se queda en los mismos sitios, cada uno sabe a quien llamar para convocar al grupo, etc.) están formando un campo.

La noción de campo plantea, sin embargo, varios problemas que Bourdieu no supo resolver. En primer lugar, no quedan claras las relaciones entre campos. Bourdieu insistió demasiado en la autonomía de los campos, y manifestó explícitamente que una de sus propiedades es precisamente que tienden a ser cada vez más autónomos, si bien en sus últimos trabajos se mostró ambiguo al respecto. Esto se ha mostrado falso. Los campos se están redefiniendo continuamente, y muy probablemente pocas veces por efectos internos a los mismos. Bourdieu creía que el cambio social era básicamente interno a los campos, pero como han mostrado Nisbet o Wallerstein, en realidad el cambio tiende a darse por factores exógenos. La universidad cambia mucho menos por sus contradicciones internas que por la necesidad de que los títulos que expende sean útiles en el mercado, por ejemplo. Los campos de producción cultural (ciencia, arte, etc.) se ven influenciados por los campos periodístico y económico por que estos controlan los medios de distribución (los medios de comunicación) sin los cuales aquellos no pueden hacer llegar sus productos a sus potenciales públicos. Evidentemente, hay campos más resistentes al cambio, por su mayor poder en el campo social general (la iglesia o los colegios profesionales de abogados, médicos o arquitectos por ejemplo). Pero en general, existen relaciones jerárquicas entre campos que Bourdieu no explica bien. Así, el Estado tiene un gran peso sobre todos los demás campos, en la medida en que tiene el monopolio de la regulación legal a la que, en última instancia, los demás campos deben adaptarse. Pero a su vez, los otros campos pueden influir de diferentes maneras en el Estado (por ejemplo, influyendo en la opinión pública).

También está la cuestión de las interferencias de unos campos sobre otros, y que ya mencionamos más arriba. En un campo puede darse una innovación que influya sobre otros campos. Por ejemplo, el campo económico, de gran influencia en nuestra sociedad, impone a partir de la revolución industrial una reorganización del saber, de la política, las relaciones internacionales, etc. Los campos pueden resistirse a esta influencia, pero si dentro de ellos algunos de sus miembros se alían con el campo invasor y utilizan sus recursos para cambiar las reglas, el campo acabará siendo colonizado y perdiendo su autonomía. Esto es lo que ha sucedido en el campo artístico respecto al económico. La industria cultural ha terminado imponiendo al campo artístico el criterio de mercado (la mejor obra de arte es la que más vende, ejemplificado en las listas de ventas de discos o libros), por haber introducido en el campo agentes que apostaban por esa alianza entre lo comercial y lo artístico.

Tampoco puede obviarse el que todos pertenecemos a infinitos campos. Cada uno de nosotros tiene muchas identidades que corresponden a diferentes campos, pero nos cuesta separarlas. Somos a la vez hombres o mujeres, padres, hijos, tenemos un oficio, aficiones, amigos, etc. En cada campo aprendemos diferentes cosas y obtenemos diferentes recursos que quizá podamos emplear en el resto de campos. Un psicólogo puede emplear sus conocimientos sobre el ser humano para manipular a los demás en el trabajo, en la familia, etc. Ahora bien, no podemos olvidar que los campos son autónomos y que tienen reglas diferentes, por lo que estas transferencias nunca pueden ser aplicadas directamente sino mediadamente. Volviendo al ejemplo del psicólogo, su intento de manipular a los demás puede resultar en fracaso en un campo donde los sentimientos son muy importantes como el de la familia. Pero si el psicólogo sabe leer el campo familiar y adapta su estrategia a sus reglas (por ejemplo, disfrazando su estrategia como si fueran sentimientos sinceros), puede acabar produciendo cambios en el campo. Teorías como la del actor-red de Latour o la de las justificaciones de Boltanski tratan de profundizar en este camino.

En varias ocasiones Bourdieu afirmó en este sentido que los campos tienen el efecto de mediatizar la percepción de otros -especialmente aquellos superiores o más amplios-, como un prisma. La cultura general de una sociedad es reinterpretada y reapropiada sucesivamente por los campos de cada región, ciudad, barrio o familia. Las reglas del campo económico son retraducidas según la lógica del campo de cada país, cada empresa y hasta de cada equipo de trabajo. Y así sucesivamente. Por desgracia, Bourdieu nunca profundizó en esta dirección. Como puede observarse, aún quedan muchos aspectos que investigar al respecto.

Otra crítica que frecuentemente se le ha realizado al concepto de campo de Bourdieu es su reduccionismo respecto a las relaciones de poder. Como hemos visto, para Bourdieu el campo es esencialmente una relación jerárquica, y la lucha por cambiar el estado de estas relaciones de fuerza es la única motivación de la acción social. Sin embargo, no toda acción social puede ser reducida a lucha, competencia y poder. Es cierto que las relaciones de poder están presentes en toda acción social, pero no que toda acción social sea fruto de las relaciones de poder. Los comportamientos expresivos, reproductivos-adaptativos, de sociabilidad o de diferenciación son tan importantes y tienen tanta influencia en la acción social como las relaciones de poder y la competencia.

1º Sesión, 10 de octubre de 2007

Texto: Nestor García Canclini, "Sobre objetos sociológicos poco identificados", Conferencia de clausura del IX Congreso Español de Sociología, Barcelona, septiembre de 2007

El texto recibió bastantes críticas por parte de los asistentes. Aunque resulta sugerente en sus intuiciones, parece pasar demasiado por encima de los debates que abre, sin terminar de proponer nada concreto. No se posiciona con claridad entre las diferentes opciones teóricas que examina para tratar de explicar los fenómenos sociales que denomina "poco identificados", de manera que finalmente deja abiertas todas las posibilidades. Desde este punto de vista, resulta un texto poco útil como herramienta de trabajo, en la medida que no elabora ningún concepto que pueda ser empleado para comprender la realidad social. Se trata de un texto más adecuado para abrir debates que para su aplicación a la tarea sociológica concreta.

Una de las cuestiones que generó más debate en el grupo fue la cuestión de la novedad y el cambio social. García Canclini insiste que hemos de renovar nuestro arsenal teórico para tratar de comprender fenómenos que considera históricamente novedosos, y que no podrían ser explicados por los modelos tradicionales de la sociología (por ejemplo, las comunidades trasnacionales o la pérdida de poder de los Estados-nación). Esto fue fuertemente criticado por algunas personas, que dudaron si realmente son tan nuevos estos fenómenos o al menos si de verdad están produciendo un cambio social lo suficientemente relevante como para suponer que debamos cambiar nuestros conceptos. Precisamente en cuanto a los dos ejemplos citados más arriba, se cuestionó mucho si son realmente nuevos: ¿no eran acaso comunidades trasnacionales las de los emigrantes italianos en EEUU de principios del siglo XX?, ¿ha perdido soberanía EEUU o la ha perdido sólo Irak? Desde este punto de vista, se achacó a García Canclini de caer en lo que se considera un vicio muy habitual de las ciencias sociales: cada cierto tiempo se alzan un cierto número de voces que afirman que se ha producido un cambio social que hace inútiles todas nuestras categorías y que nos obliga a pensar otras nuevas. Pero, ¿hasta qué punto es así?

Otros participantes en el grupo sin embargo, se posicionaron más proclives a considerar que sí se han producido cambios sociales significativos y que García Canclini acierta al afirmar la necesidad de nuevas perspectivas y conceptos que nos ayuden a comprenderlos, a pesar de que él mismo no termine de proponerlos. Observan que existe en las ciencias sociales una cierta resistencia a aceptar que los cambios se producen y que con ellos debemos cambiar también nuestra forma de explicarlos. Al respecto se mencionó la emergencia de Internet y todas las posibilidades de comunicación y búsqueda de información que ha traído consigo. Esto fue respondido por los partidarios de la postura contraria afirmando precisamente que Internet es un ejemplo de cómo las expectativas de cambio social que anunciaba finalmente no se han producido. Las campañas electorales o la organización de viajes por touroperadores, mostrarían cómo, a su juicio, muchos ámbitos de la realidad social no se han visto sustancialmente modificados por la aparición de Internet, cuando no consolidarían tendencias anteriores. A su vez, esto fue cuestionado por la otra parte.

No se llegó a un consenso completo en a este debate, pero ambas partes si parecieron estar de acuerdo en la necesidad de ser prudente a la hora de afirmar la existencia del cambio social y de elaborar conceptos nuevos, al mismo tiempo que en ser abiertos a ello cuando sea apropiado. En resumen, habría que guardar un cierto equilibrio en la perspectiva, examinando caso a caso cuáles son los cambios, en qué medida y manera se han producido y si eso exige reelaborar total o parcialmente nuestras teorías. Volviendo al texto de Canclini, esto puede verse cuando descarta el concepto de campo de Pierre Bourdieu, por ser una unidad de análisis que no explica bien la progresiva convergencia de las formas de producción cultural merced a la revolución de los multimedia o la existencia de las ya mencionadas comunidades transnacionales. El grupo estuvo de acuerdo en considerar que aunque estas situaciones cuestionen algunos aspectos de la teoría de Bourdieu (la afirmación de que los campos tienden a ser cada vez más autónomos, la explicación del cambio social por factores exclusivamente internos a los campos, etc.), no son suficientes como para descartar por completo el concepto de campo.

Una intuición que sí se consideró acertada por parte de García Canclini fue el considerar que no estamos sabiendo comprender adecuadamente los procesos, especialmente respecto a los aspectos metodológicos del problema. Hasta ahora nuestros métodos sólo han sido capaces de obtener imágenes fijas de la realidad social. Sin embargo, la única herramienta metodológica que hemos empleado para capturar los procesos sociales han sido las series temporales de cuestionarios, que no dejan de ser comparaciones de diferentes imágenes fijas, por lo que no son capaces de captar el dinamismo del cambio social. A pesar de que algunos desarrollos, como la metodología de redes, están tratando de resolver este problema, el grupo se mostró de acuerdo en que hay que realizar un esfuerzo para elaborar metodologías innovadoras que puedan dar cuenta de la dimensión procesual de la sociedad.

El debate se desplazó a partir de entonces al estatuto de la sociología y a su objetivo como saber. Se interpretó que la falta de concreción de la que adolece el texto de García Canclini ilustra un problema muy típico en las ciencias sociales: su incapacidad para elaborar teorías capaces de explicar la sociedad en todas sus dimensiones, y que suelen dar pie a los eternos debates de nuestra disciplina (estructura-acción, permanencia-cambio, material-cultural, individuo-sociedad, etc.). Este sería uno de los grandes problemas que arrastraríamos para consolidar la posición de las ciencias sociales y demostrar que nuestra aportación es útil para la sociedad. En suma, para dejar de explicar a los demás qué es lo que hacemos cuando les comentamos que somos sociólogos.

En este sentido, se afirmó que los sociólogos debemos tener menos miedo a ser deterministas sociales, es decir, que debemos reivindicar la utilidad de la sociología para explicar los comportamientos a partir de lo social. Más aún, se apuntó incluso que la mejor forma de hacerlo es apostar por la predicción, construir modelos proyectivos que puedan ser útiles para la planificación de las respuestas a los problemas y retos a los que se enfrenta la sociedad, tal y como hacen el resto de ciencias. El resto del grupo se mostró escéptico ante tal posibilidad. Consideraron que la sociedad es demasiado compleja e imprevisible como para poder realizar predicciones fiables. Como ejemplo se puso la emigración en España. A pesar de que se conocía la experiencia en otros países, e incluso se contaban con teorías y modelos fiables, la emigración masiva parece habernos pillado por sorpresa y no se ha gestionado el problema con la racionalidad deseable. Si en un caso tan favorable no hemos sido capaces de predecir eficientemente parece complicado hacerlo en contextos menos previsibles. Quizá una solución menos ambiciosa, pero más ajustada a nuestras posibilidades sea simplemente construir teorías que funcionen. O, como también se dijo, llegar a explicar la sociedad antes de que lo hagan los historiadores.

En todo caso, es claro que la teoría sociológica debe construirse aspirando a superar todos los debates y polaridades citados más arriba, tratando de explicar comprensivamente a los individuos y la colectividad, la estructura y los procesos, la permanencia y el cambio, las determinaciones objetivas y los sentidos subjetivos. La generación de Habermas, Bourdieu y Giddens ha supuesto un primer intento, por lo que independientemente de que se esté de acuerdo o no con estos autores, es de valorar su esfuerzo por lograrlo. A nosotros nos corresponde llegar a síntesis todavía más ambiciosas, más completas y complejas, construyendo a partir de los que nos precedieron. Con toda seguridad, nunca llegaremos a soluciones cerradas, especialmente teniendo en cuenta la complejidad y magnitud del reto y de nuestro objeto de estudio. Esta tensión interna entre la aspiración a construir teorías susceptibles de explicar lo social en todas sus dimensiones y la imposibilidad de conseguir una teoría definitiva y cerrada es seguramente el motor que alimente perpetuamente la reflexión sociológica.

No obstante, para ello hemos de estar también abiertos a las aportaciones de disciplinas afines. Desde la antropología, la historia, la filología, la psicología, la economía, e incluso otras más lejanas como la neurobiología, se están produciendo desarrollos teóricos valiosos para la reflexión sociológica que es necesario examinar e incorporar a nuestra propia ciencia.

Más allá, el grupo se cuestionó incluso la existencia misma de la división del trabajo en las ciencias sociales. Las ciencias sociales nacieron en el siglo XIX profundamente influenciadas por una visión liberal del mundo que afirmaba que la realidad social se encontraba compartimentada en esferas separadas, las cuales por tanto había que estudiar separadamente. Así, la política se reduce al Estado y de ahí la Ciencia Política; la economía sólo existe en el mercado, que estudia la Economía; la cultura es patrimonio de la sociedad civil, que estudia la sociología; el pasado es cosa de la historia (que sin embargo no necesita historias separadas, como sucede en el presente); los pueblos "primitivos" (es decir, colonizados por aquel entonces) pasan a ser objeto de la antropología; las sociedades que se han "estancado" (son imperios pero no han evolucionado como las sociedades occidentales) son materia del orientalismo; el lenguaje pasa a ser competencia de la filología y la mente de la psicología. Más de cien años de consolidación académica han santificado esta división, que hoy nos parece demasiado artificial y poco adecuada para explicar una realidad que sabemos compleja y que articula siempre todos sus elementos de un modo que sólo podemos separar analíticamente. Por eso, el grupo se mostró favorable a una progresiva reunificación de las ciencias sociales como un solo saber. La sociología, que por su propio desarrollo histórico ha terminado por verse en medio de todas las demás disciplinas, puede jugar un papel importante en este sentido.

Presentación del grupo

Hola a todos/as

Este blog es el aparato de agitación y propaganda del Grupo de Sociología de Base (GSB). Este grupo está formado por varios investigadores/as de ciencias sociales (mayormente sociólog@s) afincados en Córdoba.

El objetivo del GSB es debatir sobre fundamentos y temas básicos de teoría sociológica desde una perspectiva aplicada. No nos interesa la erudicción ni la construcción de modelos y explicaciones ininteligibles. Con demasiada frecuencia, las explicaciones y temas sociológicos son incomprensibles incluso para buena parte de los propios sociólogos. Es nuestro caso: no sabemos si son carencias de nuestra formación sociológica o propias de la producción teórica en nuestro gremio, pero a veces resulta que no entendemos nada. Y queremos entender.

Nuestra idea es traducir los conceptos sociológicos (en el sentido de Wright Mills) y fijar usos que sean aplicables a la comprensión de la realidad social actual. Revisar las teorías, sus postulados e hipótesis para elaborar una visión sintética que, sin caer en la vulgarización, nos permita un mejor desempeño en nuestras investigaciones contribuyendo a la legibilidad de nuestros trabajos.

La mecánica del grupo es la siguiente: Nos reunimos cada dos semanas para debatir un texto previamente seleccionado y distribuido a los miembros del grupo. En cada sesión, uno de los asistentes se encarga de elaborar un acta en la que se resumen los temas debatidos. Paralelamente, se trabaja en un Glosario en el que los conceptos y temas más relevantes se recogen para su consulta.

Este blog es una herramienta para favorecer el debate posterior a las sesiones, así como para recoger opiniones y sugerencias de personas ajenas al grupo.

Desde ahora, muchas gracias por la atención y las colaboraciones. Esperamos que se entienda todo, si no, nos lo dicen...